Articles d'Opinió d'EUiA de Sabadell

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dilluns, de juliol 17, 2006

EL SILENCIO DE LOS CÓMPLICES, por Juan Miguel Mena


El silencio de los cómplices. La dolorosa historia de lucha del pueblo palestino, la guerra cotidiana, la violencia o la ocupación militar han acabado por normalizar lo que nunca debió entrar en un canon de normalidad: la guerra. Estos días, nuestra capacidad de inmunizarnos ha quedado superada por los acontecimientos de Gaza y el sur del Líbano. La invasión militar que ha propiciado asesinatos civiles, bombardeo de pueblos, destrucción de depósitos de agua, centrales eléctricas o carreteras, con el consentimiento de los Estados Unidos, ha vuelto a dejar claro que es posible destruir un pueblo con la complicidad del mundo entero.
Las potencias occidentales, con Israel y Estados Unidos al frente, pueden considerar que han obtenido el éxito en todos sus objetivos en relación a Palestina. Todos, menos uno. Los palestinos no han sido sometidos. En medio de las ruinas, el hambre y el polvo que levanta la guerra los palestinos resisten. Una vez más, la resistencia popular ha demostrado que es mucho más poderosa que toda la tecnología y las armas de comunicación (o desinformación) masiva que genera el capitalismo.
Pero los límites de quien entiende la opresión como medio de subsistencia no tienen techo. Los que hoy callan ante el crimen y silencian el genocidio de un pueblo, mañana vendrán a darnos lecciones de derechos humanos. Nos han hecho crecer con la ilusión de que todos los seres humanos somos iguales y que nuestras vidas tienen el mismo valor. Nos damos de bruces con la realidad cuando descubrimos que no es así. Parece que para tener reconocidos los derechos humanos de un pueblo hubiera que cumplir una serie de requisitos o características.. No lo podemos aceptar, los derechos humanos no deben obedecer a nada más que a la esencia misma de la dignidad de las personas. El panorama no puede ser más desolador: Estados Unidos e Israel amenazan con liquidar del mapa a todo un pueblo, mientras que Europa mira hacia otro lado.
Este silencio cómplice no detiene las bombas, sólo las acalla. Este silencio cómplice no evita que la pólvora se cobre la vida de seres inocentes, sólo lo acalla. Este silencio cómplice se extiende a Irak, Afganistán, Sri Lanka, Turquía, Angola, Argelia, Namibia, Somalia, Sierra Leona, Kosovo, etc... La geografía bélica del mundo es tan deshonrosa para el ser humano, que parece más fácil silenciarlo. Ha llegado el momento de que las buenas palabras que buscan la PAZ en el mundo se conviertan en hechos que la generen. Los gobiernos que entienden que se pueden solucionar los problemas a cañonazos tienen que verse sometidos al aislamiento del colectivo internacional. Eso sería no ser cómplice. Eso sería no permanecer en silencio. Por todo esto, a día de hoy, Palestina sigue siendo el símbolo de que los conflictos se pueden y se tienen que solucionar con la palabra. Cualquier estado, como así hace Israel, que viva fuera del derecho internacional no puede quedar impune, como ahora ocurre. Todo esto sólo nos ayuda a normalizar la barbarie, como ya lo hemos hecho con la guerra, con la duda intrínseca de si estamos viviendo una pesadilla colectiva o simplemente el pueblo ha sido secuestrado por quien no concibe, gracias a intereses partidarios, que las decisiones han de ser de todos. Sólo el respeto hacia la dignidad del ser humano nos garantizará la resolución de cualquier conflicto. (Juan Miguel Mena).

dissabte, de juliol 15, 2006

AL OTRO LADO DEL MURO, por Marisol Martínez


Al otro lado del muro. Son negros, extranjeros, pobres, desgraciados. Pero les llamamos subsaharianos, porque así nos reconforta una palabra que no denota xenofobia, parece que se les disimula el color de la piel, y se les adelgaza el hambre en el estómago. Un día conocieron por la pantalla del televisor la sociedad del bienestar en una Europa que vive atrincherada en sí misma protegida por fronteras, vallas y muros y aislada por distintos mares y océanos.
Las personas que asaltan las vallas no lo hacen por placer, ni han llegado allí engañadas por las mafias, lo han hecho empujadas por el más elemental y humano afán de supervivencia. Son refugiados y exiliados de la desigualdad, el hambre, las guerras y la persecución política de sus respectivos países. Ninguna barrera física detendrá a quienes buscan un futuro mejor lejos de unos países en los que imperan unos sistemas basados en la apropiación de las riquezas nacionales por unos pocos y en los que sus necesidades básicas no llegan a ser satisfechas. El trato cruel e inhumano que se da a la inmigración procedente del África Subsahariana, no tiene comparación con el aplicado a cualquier otro de los colectivos que entran por miles a través de las fronteras terrestres y por los aeropuertos. Esto abunda en la sospecha de que intereses económicos y un racismo latente priman sobre el más básico de los Derechos Humanos: el derecho a la vida y a la integridad, y el derecho a emigrar para intentar sobrevivir”.
Ya hemos perdido la cuenta de los muertos y de heridos como consecuencia de la inestimable colaboración del Reino de Marruecos en la represión de la inmigración clandestina, la hipocresía y la inmoralidad del Gobierno del estado español y de la UE en su conjunto. Que, por una parte, proclaman el respeto de los Derechos Humanos, y por otra, delegan el control de sus fronteras en un Estado como Marruecos, que no duda en acosar y asesinar a inmigrantes indefensos para cumplir su papel de represor de parte de la inmigración clandestina.” El aumento continuado del número de muertos y desaparecidos en las costas africanas y canarias, exigen con urgencia un cambio radical en las políticas migratorias del Estado español y la UE, responsables principales, sin paliativos, de esta enorme tragedia. Es necesario que se contemple esta llegada de inmigrantes y refugiados a Melilla no como un hecho aislado, sino como una consecuencia del aumento de la pobreza y la injusticia en el mundo, y en particular en los países de origen de estas personas. Lo que se plantea, por tanto, es la necesidad, y la urgencia, de reformar en profundidad los sistemas desiguales y discriminatorios que caracterizan tanto al Magreb como a muchos países subsaharianos. Ésta es una tarea que reclama, en primer lugar, una voluntad política por parte de los regímenes que actualmente controlan esos países para abandonar unos modelos planteados básicamente en defensa de los privilegios de la clase dominante. Estas personas desesperadas que nos muestran los medios de comunicación. Son gente que trata de llegar al “paraíso europeo”, arrastrados por una injusticia global, consecuencia de la política occidental que explota i expolia los recursos de sus países.
Europa no puede eludir su responsabilidad y responder con una “fortaleza” y muros cada día mas altos, permitiendo y creando muros como lugares de crímenes perpetrados en nombre de las democracias europeas.Muros como símbolos de un régimen de fronteras que no sólo están hechos de barreras físicas y áreas de vigilancia cada vez más militarizadas, sino también de un sistema de acceso a los derechos que crea ciudadanos de primera y de segunda categoría, produciendo verdaderos guetos laborales y sociales que dividen e impiden el lazo social y crean e incentivan el miedo al otro.
Las vallas y los muros nos dividen a los seres humanos en el tiempo pasado y en el presente más inmediato. En nuestras propias fronteras y en tierras lejanas. Alambres de espino, vallas coronadas con cuchillas, muros, cámaras de video, estructuras metálicas y de hormigón. Es la cara y el revés de un mundo globalizado que se resiste a compartir el tráfico de la riqueza y del bienestar, que siente miedo ante estas avalanchas de criaturas desesperadas que ven en nuestros ojos la mirada insolidaria de una vida que quieren compartir con nosotros. Sobre todo, porque también a ellos les pertenece, aunque hayan nacido con la tez más oscura, los bolsillos vacíos y al otro costado de la tierra. El problema del incumplimiento de los derechos humanos es también nuestro problema aunque en estos momentos estemos al otro lado del muro. (Marisol Martínez).