Articles d'Opinió d'EUiA de Sabadell

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dissabte, de juliol 15, 2006

AL OTRO LADO DEL MURO, por Marisol Martínez


Al otro lado del muro. Son negros, extranjeros, pobres, desgraciados. Pero les llamamos subsaharianos, porque así nos reconforta una palabra que no denota xenofobia, parece que se les disimula el color de la piel, y se les adelgaza el hambre en el estómago. Un día conocieron por la pantalla del televisor la sociedad del bienestar en una Europa que vive atrincherada en sí misma protegida por fronteras, vallas y muros y aislada por distintos mares y océanos.
Las personas que asaltan las vallas no lo hacen por placer, ni han llegado allí engañadas por las mafias, lo han hecho empujadas por el más elemental y humano afán de supervivencia. Son refugiados y exiliados de la desigualdad, el hambre, las guerras y la persecución política de sus respectivos países. Ninguna barrera física detendrá a quienes buscan un futuro mejor lejos de unos países en los que imperan unos sistemas basados en la apropiación de las riquezas nacionales por unos pocos y en los que sus necesidades básicas no llegan a ser satisfechas. El trato cruel e inhumano que se da a la inmigración procedente del África Subsahariana, no tiene comparación con el aplicado a cualquier otro de los colectivos que entran por miles a través de las fronteras terrestres y por los aeropuertos. Esto abunda en la sospecha de que intereses económicos y un racismo latente priman sobre el más básico de los Derechos Humanos: el derecho a la vida y a la integridad, y el derecho a emigrar para intentar sobrevivir”.
Ya hemos perdido la cuenta de los muertos y de heridos como consecuencia de la inestimable colaboración del Reino de Marruecos en la represión de la inmigración clandestina, la hipocresía y la inmoralidad del Gobierno del estado español y de la UE en su conjunto. Que, por una parte, proclaman el respeto de los Derechos Humanos, y por otra, delegan el control de sus fronteras en un Estado como Marruecos, que no duda en acosar y asesinar a inmigrantes indefensos para cumplir su papel de represor de parte de la inmigración clandestina.” El aumento continuado del número de muertos y desaparecidos en las costas africanas y canarias, exigen con urgencia un cambio radical en las políticas migratorias del Estado español y la UE, responsables principales, sin paliativos, de esta enorme tragedia. Es necesario que se contemple esta llegada de inmigrantes y refugiados a Melilla no como un hecho aislado, sino como una consecuencia del aumento de la pobreza y la injusticia en el mundo, y en particular en los países de origen de estas personas. Lo que se plantea, por tanto, es la necesidad, y la urgencia, de reformar en profundidad los sistemas desiguales y discriminatorios que caracterizan tanto al Magreb como a muchos países subsaharianos. Ésta es una tarea que reclama, en primer lugar, una voluntad política por parte de los regímenes que actualmente controlan esos países para abandonar unos modelos planteados básicamente en defensa de los privilegios de la clase dominante. Estas personas desesperadas que nos muestran los medios de comunicación. Son gente que trata de llegar al “paraíso europeo”, arrastrados por una injusticia global, consecuencia de la política occidental que explota i expolia los recursos de sus países.
Europa no puede eludir su responsabilidad y responder con una “fortaleza” y muros cada día mas altos, permitiendo y creando muros como lugares de crímenes perpetrados en nombre de las democracias europeas.Muros como símbolos de un régimen de fronteras que no sólo están hechos de barreras físicas y áreas de vigilancia cada vez más militarizadas, sino también de un sistema de acceso a los derechos que crea ciudadanos de primera y de segunda categoría, produciendo verdaderos guetos laborales y sociales que dividen e impiden el lazo social y crean e incentivan el miedo al otro.
Las vallas y los muros nos dividen a los seres humanos en el tiempo pasado y en el presente más inmediato. En nuestras propias fronteras y en tierras lejanas. Alambres de espino, vallas coronadas con cuchillas, muros, cámaras de video, estructuras metálicas y de hormigón. Es la cara y el revés de un mundo globalizado que se resiste a compartir el tráfico de la riqueza y del bienestar, que siente miedo ante estas avalanchas de criaturas desesperadas que ven en nuestros ojos la mirada insolidaria de una vida que quieren compartir con nosotros. Sobre todo, porque también a ellos les pertenece, aunque hayan nacido con la tez más oscura, los bolsillos vacíos y al otro costado de la tierra. El problema del incumplimiento de los derechos humanos es también nuestro problema aunque en estos momentos estemos al otro lado del muro. (Marisol Martínez).